Por: Johana Aranda
Hace 23 años, el desempleo en la Capital Musical era similar al de otras ciudades, sin embargo, a partir del año 2001, este indicador empezó a registrar puntos más altos y constantes.
No solo se perdieron puestos de trabajo, los empleos que quedaron también perdieron su calidad. Esto último limitó los ingresos en los hogares y obligó a que las familias trataran de emprender o exigieran a sus otros miembros la búsqueda de trabajo, es decir, la mayoría de empleos que quedaron después del año 2000, no ofrecían dinero suficiente para que una sola persona sostuviera su hogar, esto hizo que los demás integrantes de la familia, incluso estudiantes de colegio, pasaran a engrosar el ejército de personas que buscaban empleo, cosa que desembocó en el auge de la informalidad.
¿Por qué sucedió y sucede esto?
En primer lugar, la difícil y constante situación apareció desde el vencimiento de las exenciones tributarias y arancelarias establecidas por la Ley 44 de 1987, la cual fue creada para estimular el desarrollo económico y la industrialización de los territorios que acogieron a los damnificados de la catástrofe de Armero.
Este factor generó el cierre y traslado de más de 40 empresas industriales entre 1997 y 2001.
Luego de cumplir 10 años de vigencia, la Ley Armero no fue prorrogada, hecho que coincidió con la crisis económica que vivió todo el país a finales de los 90.
Esto explica por qué otras ciudades sí se lograron recuperar y evidencia la histórica incapacidad de la clase política ibaguereña para establecer acuerdos de ciudad que permitan revivir algo de aquel ambiente tributario.
La situación en mención se agravó paulatinamente hasta nuestros días por diferentes factores, entre ellos, los de competitividad, tales como deficiencia en la infraestructura del municipio, especialmente en la vial; la garantía técnica en el suministro de servicios públicos de calidad (Agua, energía, internet); o la capacidad de consumo de los ciudadanos, cosa que actualmente se complica por las elevadas tasas de interés y los límites que esto impone en el acceso al crédito.
Estas deficiencias históricas dificultan la actividad económica del empresario local y espantan a cualquier inversionista. La situación también se evidencia en el plano internacional y los problemas que tenemos para mundializar los productos ibaguereños, cosa que es imposible si no se cuenta con un aeropuerto decente, que sea funcional y que opere las 24 horas.
Es tan amplia la gama de cosas por mejorar, que hasta la falta de sentido de apropiación y pertenencia nos cobra factura, en la medida que no nos permite vender a Ibagué.
Por ejemplo, si quieres ir a un mirador en el Eje Cafetero, el ciudadano de aquella zona te guía, aconseja y recomienda, pero, si hacemos el mismo ejercicio en nuestra ciudad, muchas veces encontramos que el ciudadano ibaguereño ofrece conceptos negativos al visitante, le dice que no conozca determinado lugar por alguna razón o circunstancia.
En síntesis, como hay todo por hacer y la situación no admite una solución atomizada, en donde se beneficien grupos poblacionales específicos, necesitamos medidas generales que atiendan el problema del desempleo, medidas que creen un ambiente empresarial competitivo y atractivo, que transformen la infraestructura de la ciudad y que permitan conectar a nuestra ciudad con el mundo, entre muchas otras necesitades.
Esto requiere la participación de todas las fuerzas sociales, gremiales y políticas de la ciudad. Solo así evitaremos que más hermanos se separen de sus seres queridos y crucen la frontera para buscar mejores oportunidades. Así haremos de nuestra ciudad un mejor lugar, o como dicen por ahí, un ‘buen vividero’.